Por Joaquín Cruz Lamas
Muchos pensadores han dicho que un gran aliciente para el flujo de las ideas es el vino. No es que la historia de la filosofía se haya fundado sobre el alcoholismo, pero no podemos negar que el vino ha estado presente en muchos de los grandes momentos del pensamiento occidental. Cada escena entrañable que ha sucedido en una mesa con invitados nos sugiere la presencia de la bebida; por ejemplo, el Banquete de Platón sucede en lo que hoy en día llamaríamos una borrachera.
Sin embargo, hay que recalcar que no se trata de buscar el consuelo o la iluminación en la bebida. Es necesario recordar que el alcohol, como tantas otras cosas en la vida, no debe de consumirse sin medida. Más bien, habrá que ver el contexto en que normalmente lo bebemos. El vino, consumido con mesura, tiene sus grandes ventajas, no solo para la salud, sino también para el alma.
Es una opinión controvertida, pero muchos médicos siguen sosteniendo que una copita de tinto al día ayuda a prevenir enfermedades del corazón. Al mismo tiempo, no se trata de beber en soledad. Pensemos: ¿por qué dice el célebre adagio que en el vino está la verdad? No es solo porque nos suelte la lengua, sino también porque usualmente bebemos en sociedad, lo cual, a su vez, nos pone en el contexto de un diálogo con otras personas. El vino abre la mente a la verdad, porque tiene el potencial de hacer que los comensales compartan mesa, alegrías y una buena conversación. He ahí el potencial de la bebida, tomada, insisto con justa medida.
La clave para no caer en el exceso, creo yo, nos la da Aristóteles: la prudencia del justo medio. Hay que saber tomar con mesura, con el fin de convivir y de disfrutar de la bebida, no el de conseguir sus efectos estupefacientes. El problema es que muchas veces las personas tienen la falsa idea de que, si se toma, se hace con el fin específico de llegar a la embriaguez. No podría haber nada más falso. Es como decir que se come con el fin de llegar hasta la indigestión. El buen beber es saber que la bebida no tiene ese fin, sino el del disfrute de un buen vino y una buena plática. A esto se añaden otros elementos, por supuesto, como el del maridaje, pero eso es tema para otra exposición.