Por Rodrigo Díaz de León Martí
El pasado martes, 11 de abril, Vladimir Putin apareció en los titulares del mundo debido al anuncio que hizo acerca de la autorización en Rusia de la primera vacuna del mundo para el SARS-CoV-2 o COVID-19, a la cual bautizó como “Sputnik V,” en remembranza del primer satélite artificial colocado en órbita, cuyo lanzamiento puso en ventaja a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en la carrera espacial de la década de 1950 – Sputnik.
La vacuna fue desarrollada en Moscú por el Instituto de Epidemiología y Microbiología Gamaleya, con la ayuda de organizaciones privadas como BIOCAD, una de las pocas compañías de biotecnología del mundo encargada del desarrollo y producción de farmacéuticos de ciclo completo. Dicha empresa se ha encargado de realizar pruebas clínicas de las tres vacunas candidatas en Rusia, con miras a ganar el derecho de producción de seis millones de dosis, inicialmente.
Los expertos han mostrado preocupación por la prontitud con que el Instituto Gamaleya ha anunciado la viabilidad de su vacuna, ya que los protocolos científicos para la aprobación de un preparado de antígenos suelen tomar mucho más tiempo del que le ha tomado al centro de investigación. La cuestión que surge al observar los eventos ocurridos es inevitable: Las primeras vacunas, ¿realmente serán confiables, o solamente se lanzarán con el fin de ser los ‘primeros’ en el mercado? Después de todo, el que pega primero, pega dos veces.
“Las primeras vacunas, ¿realmente serán confiables, o solamente se lanzarán con el fin de ser los ‘primeros’ en el mercado? Después de todo, el que pega primero, pega dos veces.”
Rodrigo Díaz de León Martí